Menino by Yo-Yo Ma on Grooveshark

lunes, 13 de octubre de 2014

LAS GRIETAS, LAS HENDIDURAS





LAS GRIETAS, LAS HENDIDURAS












De golpe, algo que estaba opacado, aparece; hay en que sea “de golpe”,  por esa manera de aparecer, una característica que lo desvela, y ésta es la cualidad maleable del agua. Que para el deseo, lo mismo que para escribir es necesario. En otro sitio aparece lo mismo como “humedad”, yo había empezado hace ya años un escrito que lo llamaba así: La humedad… El agua no se destruye, pero se puede pasar siglos enteros en estado de solidificación, inamovible casi, y así mi escrito se solidificó. Y está La tempestad de Shakespeare traída por Melville pero que a mí me llegan ambos por mediación de Pavese. Algo así es ese desvelamiento, de entre las grietas, del agua, y éste son las palabras. Estáticas, las palabras que no remiten y entonces duelen porque ellas son como en sus tres estados el agua.





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jueves, 11 de abril de 2013

VIEJOS ANDAMIOS





VIEJOS ANDAMIOS 











Me han enviado tres fotos, imágenes tan inmóviles que todo lo que al mirarlas pienso, veo o sé está en mí. Hablarlo es la única posibilidad para relacionar esos objetos con lo que son. En las imágenes vive lo que se ve pero también lo que, porque falta, es más visible.

Son planos que diseñaron los arquitectos haciendo distribuciones espaciales y del color, tales que cuando se fueron haciendo, mientras se hicieran, estuvo inexistente diferenciar entre el objeto y quien mira; de una manera que no se pudo saber si las fotografías de aquello eran o no realidad. Que las fotografías sean testimonio de verdad no se debe a su fidelidad a las cosas, sino que son archivos del ojo que las creó.

Arquitectos que no estudiaron en la universidad ni aprendieron medidas ni siguieron patrones aritméticos para habitar los tiempos; pudiera ser que de un pedazo de piedra de escasos centímetros, ellos determinaran los manantiales o el musgo, terrícolas terraplenes, torres distantes, caminitos, todo ampliado, desmesuradamente real.

Es la lealtad de los ojos lo que de ellos se va y directamente te mira.

Lo verde es verde porque no puede ser, nunca sería si no saliese desde por la mañana acompañando al gris, luego al morado adelgazado de estar entre el azul y el no azul; y también al tostado o intercalando el negro en el que por la noche se había cerrado… se cerraba mientras se trasladaba a otros pretéritos sitios, viejos andamios.  

¿Y ahora qué?… ¿cómo ahora?... ¿cómo capitular, describir, creer, pertenecer?, ¿desde dónde?, si…

Hay claros signos por el color, por los muebles y por el suelo… de que pasaron, amnésicos, los otoños. Hay directos indicios, evidentísima deslealtad entre pared y tapia, entre camino y pie, entre mis pies y los suyos, entre el zapato y la llave… y en la madera reza hoy un candado hecho con otro sol que no tiene ventana.



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sábado, 29 de septiembre de 2012

CIERRO LOS OJOS







 CIERRO LOS OJOS














¿Qué es ser feliz? Cierro los ojos, me quiero dormir, estoy a punto de ello, pero cierro los ojos y pasa la vida por delante, toda junta, de golpe, es como que toda ella en su enorme grosor se hubiese hecho liviana y entiendo de qué se trata, puedo moverla de una patada imaginaria y lanzarla hacia allí, como aquella pelota de colores chillones, veo también la pelota con la misma presencia que cuando la tuve en las manos y fue sorprendente, una pelota tonta de plástico nueva capaz de producirme semejante entusiasmo.

Y además veo con qué facilidad extraña se han cambiado las palabras de sitio y con ellas se fueron borrando, eliminando, las cosas que conocí. Era tan fácil la pelota como lo era buscar un pantalón y salir a la calle, como lo era llamarte para que te enteraras de que te estaba llamando o decir no o preguntar la hora; ahora es pasado, ahora es difícil decir: ¿qué hora es? Y no están nunca las horas en los relojes ni están en ninguna parte, son como complejos encaramados de arena que se mueven por el espacio y se borran las casas, me borro yo, se ha borrado mi abuelo, están desaparecidos los picaportes con los que abría la puerta y salía a desayunar y entraba a la mañana.










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miércoles, 5 de septiembre de 2012

EN LAS ESCALINATAS






EN LAS ESCALINATAS














El 14 de septiembre, a las 21,15h ya era casi de noche. Alrededor del lago hay mucha gente: unos están sentados en bancos, otros pasean, algunos en bicicleta; hay varias terrazas. Algunas veces los olores viejos son como un viento que renueva el presente, no puede ser en la fuente ni en las terrazas ni puede ser donde ayer, no se me ocurre mejor lugar que las escalinatas. Minutos antes de decidir, me cruzo con una pandilla y me llama la atención una chica que lleva puesto un short rosa casi chillón; va la primera como quien se dirige a algún sitio decidida y los demás la siguen, me resulta curioso que a esas horas, un martes, alguien vaya deprisa y tan campante a la vez, No me ha contado nadie jamás ese tipo de cosas que suelo ver en la gente con tanta facilidad, no puedo nunca, por tanto, estar segura de si en verdad se parecen a como lo imagino, hay permanentemente entre ellos y yo una barrera que me empuja hacia la penumbra para tratar de reconocer tantos presentes; en este caso me giro para observar a los chicos que la acompañan y me despido de ellos con la impresión de que, realmente, los chicos son otra cosa: ellos simplemente la siguen metidos en su papel.


En las escalinatas tampoco encuentro mi lugar: entran y salen del escenario tanta diversidad de finales que no me puedo fiar de ninguno, ha habido estafa y no consigo olvidar aquellos años y aquellos otros, larguísimos como siglos, dando vueltas en círculo para desembocar en el principio ahora difuminado en el anochecer. A mi derecha hay un corro de chicas hablando con convicción, me gustaría decirlas que es posible que, cuando ya ni se vuelvan a ver, será cuando más comprendan la maravilla del ritual de reunirse para decir cosas intrascendentes. Esas escalinatas pueden llegar a ser un hermoso poema, más nada es comparable a esas piedras ya casi en sombra repletas de corros con los patos al fondo y el agua casi picada, rodeadas de calles por las que circulan coches tal como si en un concierto alguien los dispusiese a modo de voz de fondo. Se empiezan a iluminar las farolas, tímidamente, todavía queda un hilo de luz y yo regreso a mi casa tan errante como salí.










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